10 abril 2008

Perdidos

Pensar que es otro día más de esos que dijimos no se iban a repetir y firmes en el suelo sonreímos.
Nuestra última vez llovía de abajo para arriba y nos agachamos a oler la tierra mojada o para completar los acordes de la despedida anunciada por las vidas pasadas o el pesimismo presente.
Pero no es más que una cara en la luz, nada distinta a las demás. En una luz que se va a apagar, como las demás. Una luz dentro de una cabeza que va a dejar de pensar, como las demás. Porque no intentamos hacer la diferencia.
Y, mientras escuchamos como la lluvia fría de afuera golpea en la ventana semiabierta, choca y se multiplica en miles de pequeñas gotitas, nos hundimos en el colchón y el aire se va acabando.
Solo queda un pequeño momento entre apoyar el cuerpo en la cama y buscar un pensamiento común esperando que se haga de día para que luego se haga de noche. Tachando días en el almanaque.
Pensar que es solo otra manera de hablar por mí cuando intento que cierres la boca y te vayas.
Es otra manera de expresar mi decepción por no destruir todo esto antes, cuando las cuerdas habían lastimado los dedos y el tiempo borrado la sonrisa.

Así...como esa guitarra en el fondo del placard.

¿Cómo saber si llueve afuera, si esta casa es como un tupper los días como hoy?
En que las sábanas son libros revueltos todos tirados por ahí. Si no hay olor a humedad porque los espirales colman el ambiente... porque los mosquitos devastan la habitación.
No es tan dramática la escena.
El agua para el mate se hirve y la tiro y la pongo al fuego mil veces. Así pasan los minutos y ni un mate al organismo.
Y la noche se consume como los cigarros de antes... y el tilo que es una mentira.
El celular, que no suena, está paralizado en el piso sin molestar o por lo menos hacer notar que el mundo sigue girando allá afuera.
Si entre la comunicación y el pensamiento no hago una.
El pensamiento que empeora cada minuto un poco más, cada segundo me siento una estúpida esperando que alguien se de cuenta de que hace mucho no aparezco. Que me descancé en la cama y me olvidé del acolchado raro, la ventana entreabierta y la guitarra posando buscando habilidosos.
Y hoy soy como la guitarra abandonada. En el cuarto. En el rincón. Lejos de las ventanas, como para saber si llueve.