16 agosto 2007

La peste

-Una cucharada más viejito así se pone bien- decía la enfermera al abuelo. Hacía dos años que Juana lo cuidaba. Mamá trabajaba y no podía atenderlo. Las primeras cucharadas se las comía él. El mal de Parkinson junto a todas las enfermedades que lo tenían postrado, no dejaba que esas cucharadas de pure de zapallo y papa entraran en su boca. Las sábanas blancas manchadas eran una buena prueba de ello al igual que las del piso.
Juana se va a la casa cuando llega mamá para volver a la mañana a las ocho y limpiar el piso lleno de pure que el abuelo vuelca para que no se llene de cucarachas. Mamá viene tan cansada que no se da cuenta de eso.
Siempre escucho un ruido extraño, y aunque mi curiosidad me gana a veces para ir a ver, mamá no quiere que moleste al abuelo.
El abuelo no está bien, a veces no se acuerda como me llamo.
En lo que va del mes, mamá llamó cinco veces al desinfectador de la casa. Las cucarachas la vuelven loca. Alrededor de la cama del abuelo aparecen muertas todas las mañanas. Él dice que no se da cuenta. Que no las escucha. ¡Pero como no puede escucharlas si yo las escucho que andan por su habitación!. Me da la sensación que salen por las ventilaciones, por los sócalos. A mí me da miedo. El abuelo dice que estoy medio paranoica.
Mamá intenta otra vez pero el señor que mata las cucarachas le dice que no puede hacer más nada. Ya probó con todos los aerosoles, las gotitas y las casitas para erradicar esa peste. Juana le reafirma que todas las mañanas desinfecta pero no hay caso.
El abuelo ahora está conectado a un respirador. Le dice a mamá que no gaste más. Que en algún momento se van a ir. La risa irónica de su cara no conforma a mamá y ella le dice que no puede convivir más con esos bichos. No puede caminar descalza, no duerme tranquila.
-Vos estás loca como tu madre…-le dice el abuelo y ella se llena de bronca y se va. A veces, por la mirada del abuelo, parece que disfrutara poner mal a mamá.
Hoy ella llegó cansada pero con la noticia de que una amiga de la oficina le dio la mejor solución para matar las cucarachas: mudarnos.
-¡De esta casa yo no me voy!¡ Aquí viví toda mi vida!- dijo el abuelo. Mamá se puso a llorar. Está cansada. El abuelo no estaba bien. Le costaba hablar y lo que decía era para molestar a los que estaban a su alrededor. Hacía un tiempo que nos trataba mal. Los doctores decían que la enfermedad los pone agresivos. Mamá no lo entendía.
El abuelo cenó como de costumbre, volcando todo y sin arrepentirse de cómo nos trataba.
Nos fuimos a dormir. Los ruidos de la casa se hacían insoportables. Prendí la luz. Mis zapatillas estaban llenas de cucarachas. Me tapé hasta la cabeza por el miedo y me dormí.
Estaba en mi primer sueño y un grito me despertó. Llegaba la ambulancia. Las luces verdes se reflejaban en mi espejo.
Prendí la luz. Miré mis zapatillas. Estaban limpias, ni una cucaracha. Me fui corriendo sorprendida. Llegué a la habitación del abuelo. Mi mamá lloraba. Miré al abuelo y todo a su alrededor. Estaba todo limpio. Ni una cucaracha.
El doctor puso sus dedos sobre los ojos del abuelo y se los cerró lentamente.
Mamá no notó que no había una cucaracha en toda la casa. Seguramente no nos tendríamos que mudar. Un problema menos para mamá.