Parece que la humedad deja a la gente adentro y saca a las hormigas de sus cuevitas subterraneas. Esas casitas que en la superficie se distinguen con el barro que tanto molestan en el cesped recien cortado y que a veces son destruidas por el pie de algún chico o por las mandarinas de estación.
No parece ser un invierno común, seguramente afectado por el agujero de ozono. Dos días de invierno con un frío que quema la piel y cuatro días con humedad que afecta tanto que adentro de casa hace frío y afuera hace un calor que pesa más que los 30 grados de enero.
En la ciudad, un domingo al mediodía no hay nadie, ya sea por la salida nocturna o por el tiempo. Caminar por la calle se hace pesado. No hay forma de luchar contra la lloviznita que humedece el pelo y la campera, y la Plaza de la Estación parece no esconder gente debajo de las plantas y mucho menos autos. Rivadavia está desconocida. Pero es más aceptable Bragado que Buenos Aires en estos días. Buenos Aires es para cosmopolitas y aventureros que creen nunca terminar de conocer la Gran Ciudad. Los demás se tiran en la cama y miran alguna pelicula que no vieron o simplemente les gana el sueño y se dan vuelta, aprovechando la cama de la mejor manera.
Lo único bueno de estos días es que se puede escribir sin culpa de desaprovechar el sol.
Como brotan las hormigas del pasto parece que también brotan las ideas de la cabeza.
Y creo que mirando la planta de mandarinas me voy a sacar alguna, cuidadosa de no provocar un derrumbe en el habitad de mis vecinas, las hormigas.